sábado, 13 de julio de 2013

ALQUIMIA




Por Francisco Ascanio

El diccionario de la lengua española define Alquimia en los siguientes términos: “Ciencia química medieval, cuyos grandes objetivos fueron la transmutación de los metales comunes en oro, el descubrimiento de la cura universal para las enfermedades y los medios para prolongar la vida indefinidamente”. Como consecuencia, se considera que ella es la predecesora y madre de la química moderna.

Mucho mejor orientados se encuentran quienes relacionan a la antigua ciencia con la filosofía hermética. Fulcanelli, en su libro “Las Moradas Filosófales”, escribe: “La antepasada real de nuestra química es la antigua espagiria y no la ciencia hermética misma. En la antigua Grecia y en la Edad Media, hubo dos órdenes de investigación en la ciencia química: la espagiria y la arquimia. Estas dos ramas de un mismo arte esotérico se difundían entre las gentes trabajadoras por la práctica de laboratorio. Metalúrgicos, orfebres, pintores, ceramistas, vidrieros, tintoreros, destiladores, esmaltadores, alfareros, etc., debían, al igual que los boticarios, estar provistos de cono-cimientos espagíricos suficientes que, luego completaban ellos mismos en el ejercicio de su profesión. En cuanto a los arquimistas, formaban una categoría especial, más restringida, más oscura también, entre los químicos antiguos. La finalidad que perseguían presentaba alguna analogía con la de los alquimistas, pero los materiales y los medios de que disponían para alcanzarla eran únicamente materiales y medios químicos. Transmutaban los metales unos en otros; producir oro y plata partiendo de minerales vulgares o de compuestos metálicos salinos, tales eran las metas que se proponía el arquimista. Era, en definitiva, un espagirista acantonado en el reino mineral y que prescindía voluntariamente de las quintaesencias animales y de los alcaloides vegetales”.

Fulcanelli señala, en la obra citada, que fueron los alquimistas quienes proporcionaron a los espagiristas al principio y a la ciencia moderna luego, los hechos, los métodos y las operaciones de que tenían necesidad. Comparando a la química con la Alquimia, él escribe: “La química es la ciencia de los hechos, como la Alquimia lo es de las causas. La primera, limitada al ámbito material, se apoya en las experiencias, en tanto que la segunda toma de preferencia sus directrices en la filosofía. Si una tiene por objeto el estudio de los cuerpos naturales, la otra intenta penetrar en el misterioso dinamismo que preside sus transformaciones. En comparación, la Alquimia es una química espiritualista porque nos permite entrever a Dios a través de las tinieblas de la sustancia”.

Alquimia, espagiria y arquimia, tienen en común que ellas se ocupan de transmutar; operación que conlleva el cambio de una cosa en otra nueva, que es de una naturaleza superior a la original. Las dos últimas trabajaban en el campo material, consagradas a la transformación y purificación de sustancias comunes, alterando su carácter, exaltando sus cualidades, para llevarlas así a un estado más avanzado de evolución. De esta manera, los espagiristas y arquimistas llegaron a crear productos que la naturaleza no habría engendrado por sus propios medios. En cambio, los verdaderos alquimistas trabajan en el plano espiritual, transmutando la naturaleza humana en naturaleza divina, significando esto el cambio de lo ilusorio a lo real, del inconsciente al consciente, de las tinieblas de la ignorancia a la luz de la verdad, de lo mortal a lo inmortal.

La transmutación, tanto material como espiritual, es consecuencia de la elevación de las vibraciones. Una de las premisas de la Alquimia es la unidad de la materia, esto es, que todas las cosas están hechas de lo mismo. La física moderna, cuántica, comparte ese principio de unidad pues afirma que todo es“energía radiante”. Otra premisa compartida es que esa energía radiante o materia universal es inteligente. Lo concerniente a “elevación de vibraciones”, consiste en que la energía o materia universal manifiesta grados superiores de inteligencia en la medida en que su propia frecuencia vibratoria se eleva.

Los alquimistas observaron que en la Naturaleza esa elevación de vibraciones es un proceso automático, pues las plantas toman del suelo y del agua minerales y los transmutan en células vegetales, las cuales son de un orden de inteligencia superior con respecto a las partículas minerales. Observaron que, ascendiendo en la escala evolutiva, los animales ingieren minerales y vegetales y transmutan esos alimentos en células animales, las cuales son de un orden de inteligencia superior con respecto a la partícula mineral y la célula vegetal. En la escala superior está el hombre, el que ingiere minerales, vegetales y animales y los transmuta en células humanas, las cuales son de un orden de inteligencia superior con respecto a las inteligencias de los reinos inferiores que le proveyeron el alimento. Hasta aquí ese proceso de elevación de vibraciones y de consciencia se da espontáneamente, pero los alquimistas intuyeron que había algo más que lograr, pues el hombre podía transformarse así mismo, consiguiendo con ello elevarse de simple humano hasta la categoría de un ser superior, capaz de expresar la semejanza con su Creador. Pitágoras, el sabio griego, llamó a los humanos que alcanzaron esa última condición “Miembros del Quinto Reino”.

Elevar la condición humana es pues el propósito de la Alquimia. Paulo Coelho, en su libro “El Alquimista”, con mucho acierto escribe: “Alquimia consiste en traer al plano material la perfección espiritual”. 

En diversos escritos se llamó “El Niño Alquímico” a la materia sometida a transmutación por el Arte Regio o Alquimia. Los egipcios llamaron a ese niño Horus, el cual no es solamente hombre sino que es el Hombre-Dios. Sobre él se dijo lo siguiente: “El Niño Alquímico duerme en el reino mineral y en el vegetal comienza a soñar. En el reino animal sueña, algunas veces medio despierto. En el hombre despierta y comienza a comprender el significado de su vida. No obstante tiene un destino superior que realizar, la perfecta unión con su Padre”. 

Los alquimistas llamaron a su operación secreta La Gran Obra. Esta es realmente una operación química, llevada a efecto bajo la dirección de la autoconsciencia del hombre. Comienza en la mente, pero es realizada por medio de cambios efectuados en su cuerpo físico y personalidad. A consecuencia de estos cambios, el operador llega a ser una nueva criatura, capaz de ejercer poderes que son desconocidos para el hombre promedio, tales como los expresados en la definición que da el diccionario de la lengua española.

La Gran Obra es “la dirección de energía derivada de la esencia espiritual de acuerdo con las percepciones de una inteligencia despierta”. Eliphas Levi, el gran mago del siglo XIX, dijo: “La Gran Obra es preeminentemente la creación del hombre por sí mismo, esto es, la plena y completa conquista que él hace de sus facultades y de su futuro”. En la literatura caballeresca del medioevo, a esta obra se le llama “la búsqueda del Santo Grial”.

Al estado transmutado y perfeccionado de la personalidad humana los alquimistas lo llaman La Piedra de los Filósofos. Es por medio de esa personalidad transformada que el alquimista consigue el dominio sobre todas las formas y fuerzas del plano físico. La Piedra de los Filósofos es un estado de consciencia que convierte a quien lo alcanza en un co-regente con Dios, por lo que su confección es la condición para ser un miembro del Quinto Reino. 

El sustantivo piedra, en lengua hebrea, אבן, es el símbolo literal para ese estado de la personalidad transmutado y perfeccionado. Su escritura se forma con las letras Alef-Bet-Nun, en la que las dos primeras forman la palabra padre (Ab), y las dos últimas hijo (Ben). De modo que, en lengua hebrea, Piedra designa la unión del Padre y el Hijo, esto es, la unión consciente de las naturalezas divina y humana que coexisten en el hombre.(Nota: La lengua hebrea se escribe y lee de derecha a izquierda).

La confección de La Piedra Filosofal es uno de los temas que mayor cobertura tiene en la literatura hermética. Me valdré de una analogía para explicarte lo medular de ese trabajo interior. Todos los humanos tenemos una dimensión espiritual que es nuestro Yo más interno; la chispa divina que es el centro y esencia de nuestro ser. Supongamos que esta parte nuestra es como un disco que contiene la Sabiduría Divina, es decir, la verdad acerca de todo y, además, que ese disco está grabado en 33 revoluciones por minuto. Tenemos, por otra parte, una dimensión humana o personalidad conformada por mente, y cuerpo. A esta última la voy a representar con un aparato tocadiscos, cuyo plato puede girar a una velocidad graduable.

El caso de la gente común, es que el plato del tocadiscos gira a mucha menor revolución que las 33 en que está grabado el disco. Consecuencia: los mensajes del disco se distorsionan y lo que se reproduce es pensamiento erróneo. Mientras la personalidad vibra, gira, a bajas revoluciones, entonces el hombre se equivoca en lo concerniente al por qué, el para qué y el cómo de las cosas.

Analógicamente, la confección de La Piedra de los Filósofos consiste en elevar, lenta y progresivamente, la velocidad a que gira el plato del tocadiscos, hasta finalmente alcanzar las 33 revoluciones por minuto. En esta nueva condición, la personalidad participa de la Sabiduría Divina y, entonces, ese hombre o mujer puede decir, al igual que lo dijo Jesús: “Mi Padre y yo somos Uno”.

Todas las tradiciones coinciden en atribuirle la paternidad de la Alquimia a Hermes Trimegisto, el inventor de todas las artes y ciencias de los egipcios. Es por ello que también se le llama Arte Hermético. Egipto, Asiria y Babilonia, fueron su cuna, y en los comienzos la Magia, la Astrología y la Alquimia estuvieron mezcladas y cultivadas por unos mismos hombres, que formaban una sola Ciencia Sacerdotal, un solo cuerpo doctrinal con los conocimientos de Medicina, de las virtudes de las plantas y aun de las Matemáticas. Estas últimas fueron las primeras en separarse y formaron ciencia independiente; pero las primeras marcharon mucho tiempo unidas, hasta los mismos fines de la Edad Media.

En la Alquimia hay dos ramas, una egipcia y otra caldea o hebrea. Al respecto, Zózimo, uno de los primeros alquimistas griegos, escribió: “Hay dos ciencias y dos sabidurías, una de los egipcios y otra de los hebreos, la última siendo considerada más sólida por Justicia Divina. Ciencia y sabiduría en su mejor aspecto rigen sobre ciencias menores y sabidurías inferiores; ellas proceden de edades remotas. Su generación no busca nada procedente de cuerpos materiales y corruptibles: opera aparte de intervención extraña, sostenida por la oración y la gracia”. La ciencia de los hebreos a que hace mención Zózimo es la Alquimia Qabalística, una de las ramas de la Qabalah Práctica.

Según una versión, el término Alquimia proviene de “Al-Khem”, voz árabe que era un antiguo nombre para Egipto. “Khem” significa, en lengua egipcia, “tierra negra”, y ese nombre se lo daban a esa civilización que se asentó a las márgenes del río Nilo, en suelos limosos y de color oscuro. Así que Alquimia puede ser entendida como “El Arte de Egipto”. 

Otra versión, explica que Alquimia es una voz que se compone de Al, artículo árabe que equivale a los artículos españoles “el” o “la”, y del nombre sustantivo egipcio Kema, que significa “ciencia por excelencia”. Entonces Alquimia es “la ciencia por excelencia”.

La procedencia del nombre Kema, según Zózimo, es que en los libros de Hermes sobre la Naturaleza se afirma que algunos ángeles, atraídos y subyugados por el amor hacia las mujeres de la tierra, descendieron a ésta y les enseñaron las obras de la naturaleza; los ángeles fueron expulsados del cielo y quedaron en la tierra, y como señales de su paso apareció la raza de los gigantes, que nacieron de su comercio con las mujeres terrestres, y un libro que contenía sus enseñanzas. Este libro se llama Kema o sea, la ciencia y el arte por excelencia.